Por Gabriel Moyssen
El 25 de febrero Nigeria realizará comicios presidenciales y legislativos inéditos en varios aspectos clave que pueden determinar el futuro del país más poblado de África a corto y medio plazo, además de influir en el continente, que durante 2023 será el escenario de otros seis procesos electorales que involucran a un tercio de todos sus habitantes.
El marco en el que se desarrollará la elección en Nigeria no es el más favorable al cabo de siete años de gobierno del presidente Muhammadu Buhari, un protagonista de la vida política del gigante africano antes y después de que finalizaron los regímenes militares en 1999 y que a sus 80 años está impedido por ley de buscar un tercer mandato tras ganar su primera votación en 2015. Desde entonces, los indicadores económicos y sociales se han agravado con dos recesiones, inflación de dos dígitos, desempleo récord, creciente inseguridad, una elevada deuda externa y servicios de salud y educación deficientes.
Con 133 de sus 220 millones de habitantes considerados oficialmente pobres en términos de ingreso, acceso a servicios básicos y educación -el aumento demográfico del país es uno de los más rápidos del mundo y apunta a duplicar la población en 2050- Nigeria enfrenta el desafío de mejorar la atención a sus jóvenes, que padecen el mayor impacto de la inseguridad alimentaria y del desempleo; 53.4 por ciento de las personas entre 15 y 24 años carecen de trabajo y les sigue un 37 por ciento entre las de 25 y 34 años, lo que implica que hay más desempleados que la población total de Bélgica o Túnez.
Ello se traduce, inevitablemente, en una alta tasa de emigración que convierte a Nigeria en el principal exportador de mano de obra de África, con 52 por ciento de sus ciudadanos dispuestos a salir del país de forma permanente. Los nigerianos bien capacitados, sobre todo en el sector médico, ya lo están haciendo con rumbo a Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá, Australia y Arabia Saudita; sólo la primera nación, en 2021-2022, recibió 13 mil 609 trabajadores médicos.
En un análisis para el centro de estudios británico Chatham House, la investigadora Leena Koni Hoffman subrayó que la tradicional corrupción y el clientelismo del gobierno, en un sistema económico que depende del Estado, se erige como el gran obstáculo para superar este desafío que ha llevado a la primera generación de nigerianos que vive en democracia formal a expresar su insatisfacción con la misma (77 por ciento), al tiempo que 89 por ciento cree que el país va en dirección equivocada. Ello repercute en el interés por las elecciones; mientras que en 2003 la votación presidencial logró un récord de 69 por ciento de participación, en la de 2019 menos del 35 por ciento de los empadronados acudió a las urnas, lo que estableció una marca para procesos recientes en África.
Demandas de inclusión
Hoffman y otros analistas hacen hincapié en la incapacidad crónica de las autoridades para entender las demandas populares de participación e inclusión, lo que se reflejó en las protestas de 2020 contra la brutalidad y abusos policiacos conocidas como EndSARS. Durante semanas, los manifestantes recurrieron a las redes sociales para enfatizar sus peticiones y consiguieron activar a la diáspora en Europa y EU; sin embargo, Buhari las interpretó como un intento de derrocarlo y su mano dura -tras un golpe de Estado gobernó entre 1983 y 1985- condujo al asesinato por las fuerzas de seguridad de nueve jóvenes desarmados en Lagos, la capital económica de Nigeria.
Destacan que esa incapacidad e insensibilidad de la clase política, pese a que la propia esposa del mandatario, Aisha Buhari, ofreció una disculpa al pueblo porque el gobierno no estuvo a la altura de sus expectativas, siguen presentes en la contienda electoral; así lo confirmaron los dos candidatos más fuertes, Bola Ahmed Tinubu, de 70 años y aspirante del oficialista Congreso de Todos los Progresistas (APC) y Atiku Abubakar, de 76 años y abanderado del opositor Partido Democrático Popular (PDP), con sus respectivos lemas de campaña: “Es mi turno [de ser presidente]” y “He pagado mi cuota”.
Es por ello que ante la poca credibilidad de las encuestas, ha generado entusiasmo la candidatura por el Partido Laborista (LP) de Peter Obi (61 años), quien busca romper el bipartidismo dominante desde 1999 con un lenguaje fresco que ha conectado con los jóvenes y las redes sociales después de abandonar el año pasado el PDP. Si bien el exitoso empresario Obi tampoco es ajeno al establecimiento -fue gobernador en 2006-2014 del estado de Anambra y cuenta con la ayuda del influyente exmandatario Olusegun Obasanjo- sus seguidores, autodenominados “OBIdientes” sostienen que es el único honesto, al rechazar a los críticos que afirman que apoyarlo es un desperdicio dadas las magras posibilidades que tiene de ganar.
La pregunta es si cualquiera de los tres -hay en total 18 candidatos- podrá alterar la inercia que corroe otros asuntos cruciales, como el de la seguridad. En el mayor exportador de petróleo de África Occidental persisten altos niveles de robo y escasez de combustible; al noreste, grupos islamistas armados como Boko Haram mantienen sus operaciones, mientras que el noroeste es asolado por el bandidaje, en la región del Cinturón Medio el crimen amenaza a granjeros y ganaderos y en el sur se padecen continuos ataques a la infraestructura energética, contaminación, separatismo y piratería. Se considera que en 2022 murieron 10 mil personas por violencia y unas 5 mil fueron secuestradas.
Incluso la Comisión Nacional Electoral Independiente (INEC) advirtió que la inseguridad podría aplazar los comicios, que a la luz de numerosas reformas aplicadas en los últimos años serán puestos a prueba en esta oportunidad. Se trata de la primera vez en que Buhari no participa en una votación presidencial desde 1999 y en la que las nominaciones de los partidos al Ejecutivo y la vicepresidencia no reflejan el delicado equilibrio étnico y religioso entre el norte musulmán y el sur cristiano de Nigeria.
Se sumaron al padrón 12.29 millones de electores (para llegar a un total de 93.5 millones) distribuidos en los 36 estados y mil 491 distritos electorales del país. Si no hay un ganador claro el 25 de febrero, con la mayoría de sufragios a escala nacional y una cuarta parte de los mismos en al menos 24 de los estados, se efectuará en tres semanas la que sería una histórica segunda vuelta entre los dos candidatos más votados. También se elegirá a los 109 miembros del Senado y los 360 de la Cámara de Representantes que integran la Asamblea Nacional. Más adelante, el 11 de marzo, se renovarán 28 de las 36 gubernaturas.
Combate al fraude
Para combatir la intimidación de votantes, la compra de votos y el relleno de urnas, el INEC espera respaldarse en los cambios recientes a los billetes de naira, la moneda nacional, que han provocado escasez de circulante. Está prohibido entrar con teléfonos a las urnas para fotografiar las boletas y más de 53 mil nombres fueron depurados del padrón.
El Sistema Bimodal de Acreditación de Electores que el INEC presentó en 2021 será la base electrónica del proceso en sustitución de los lectores inteligentes de credenciales que se emplearon en el pasado, al tener la capacidad de identificar por vía facial y dactilar a los votantes; su información de los resultados se desplegará directamente en el portal del INEC para que pueda ser consultada.
Aún así, los funcionarios designados por la autoridad electoral deberán viajar desde todo el país con copias impresas de los resultados a la capital federal, Abuja, para su difusión en público. Sólo entonces el titular del INEC, Mahmud Yakubu, podrá declarar un ganador o en su caso la realización de la segunda vuelta. En los dos últimos comicios presidenciales, el ganador fue anunciado tres días después de la votación.
Este año, asimismo, en África habrá elecciones para presidente o jefe de Estado en Liberia, Madagascar, Sierra Leona, República Democrática del Congo y Zimbabwe, donde sus respectivos líderes buscarán un segundo periodo de gobierno.