Por Gerardo Yong
Dubai no pudo ser el parteaguas en la COP28. Pero, ¿cómo podría tratar tan sólo de serlo, sino Emiratos Arabes Unidos (EAU) (sede de la actual conferencia), así como gran parte del mundo árabe, son productores de crudo, el principal combustible fósil de su economía y que se rehúsa todavía a desaparecer de la faz de la Tierra.
La reciente versión de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, también conocida como COP 28, cuyo objetivo es buscar soluciones para combatir el cambio climático o, al menos tratar de controlarlo mediante medidas y financiamientos que permitan reducir 1.5 grados la temperatura global a finales del siglo XXI.
El clima ya se exhibe de una forma inusual: frentes cada vez más fríos y olas de calor intensas, lluvias con una destructividad inesperada como la ocurrida con el huracán Otis en Acapulco, el cual nadie pensó que su intensidad pudiera ser tan catastrófica como ocurrió. El medio ambiente ya es el principal enemigo de la humanidad por su manera de presentarse, ante un sistema de producción que ha dejado a un lado la sustentabilidad para dedicarse a las ganancias inmediatas del mercado.
En esas condiciones, al menos hay una conciencia de tratar de encontrar una solución a estos problemas, aunque no haya interés real de tratarlos. ¿Cómo pedirle a una mina de carbón que cierre sus operaciones y dejé sin empleo a millones de trabajadores del sector, cuando la electricidad que usa la civilización actual, se produce con ese mineral en las centrales termoeléctricas? ¿Cómo solicitar a los países productores de petróleo y gas como la EAU, séptimo productor mundial, que firme un acuerdo para que deje de producir lo que ha definido ser la línea vital de su economía?
Echemos tan sólo una mirada a la situación actual por la que atraviesa el mundo.
La construcción necesita de insumos básicos como el acero y el concreto, dos elementos que se crean a partir de una industria siderúrgica basadas en el petróleo y el carbón que, por cierto, constituyen el 80 por ciento de los requerimientos energéticos para producir la electricidad que mueve al planeta.
El uso de estos combustibles fósiles representa el 75 por cierto de las emisiones de gases de efecto invernadero, principal causa del aumento de las temperaturas, lo que a su vez promueve el descontrol climático global, algo que se podría ver como un mal necesario para que la civilización humana pueda seguir su curso normal.
El Acuerdo de París (que ahora cumple ocho años de su adopción en la capital francesa, el 12 de diciembre de 2015, aunque entró en vigor el 4 de noviembre del 2016) también busca el mismo objetivo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, sólo que su meta difiere de la COP28, en que intenta que la comunidad internacional se organice para bajar la temperatura 2 grados menos de cuando estaba antes de que se iniciaran los procesos productivos industriales en la segunda mitad del siglo XVIII. Claro, esto con miras a lograrlo antes del 2050.
De acuerdo con Natalie Jones, experta en sistemas energéticos del Instituto Internacional para el Desarrollo Sostenible, actualmente se cuenta con la tecnología suficiente para dar el salto hacia la generación de energías limpias. De hecho, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) cuenta con un plan de ruta para vigilar este proceso y que se cumpla a mediados del siglo actual. Basta mencionar el aumento del parque de vehículos eléctricos, así como la capacidad de generación energética verde va en ascenso y, lo mejor de todo, es que sus costos están bajando al grado que ya se visualiza una tendencia cada vez más realista en torno al uso de esta energía. Es decir, la tecnología proambiental no sólo sí existe, sino que da resultados claros y visibles. El problema es que las naciones cuya economía está basada en la producción de combustibles fósiles, no pueden dejar esta situación so pena de sufrir rezagos en los avances de sus sociedades.
Dubai ha dado muestras de sus intenciones por sumarse a los esfuerzos climáticos. En julio pasado firmó el compromiso de aumentar la producción de energías limpias renovables en los próximos siete años. Como prueba de ello, recientemente inauguró la planta solar de Al Dhafra que, por cierto, es una de las más grandes del mundo.
Aunque este principado emiratí ha realizado esfuerzos por diversificar su economía, ésta se sigue basando en un 30 por ciento en los hidrocarburos (su vecino Arabia Saudita se ubica todavía por arriba, en un 42%). Aun así, Dubai no puede dejar a un lado un sector industrial que ha sido base de su desarrollo y se espera que la compañía nacional Abu Dhabi National Oil Company (Admoc) invierta 150 mil millones de dólares para aumentar su capacidad de producción durante el periodo 2023-2027, algo que a los expertos medioambientales les suena más a una doble cara, que a un compromiso ecológico, sobre todo, teniendo en cuenta que albergó la COP28 de este año.
De cualquier manera, algunos especialistas criticaron la tibia posición del borrador del documento final del evento. Según ellos, el gobierno emiratí sólo aceptaba que se haga una sugerencia a los países que pudieran estar en disposición de hacer una reducción de emisiones de acuerdo con sus posibilidades, es decir: reduciendo tanto el consumo como la producción de combustibles fósiles, de manera ordenada y equitativa, para alcanzar el cero total alrededor del 2050”.
También se pidió intensificar en el cambio de energía renovable para 2030, bajando el consumo de carbón, aunque claro, sin proscribir todavía su uso, esto es porque todavía se calcula que los Emiratos no podrán disminuir sus emisiones de carbono en 2030, al tiempo que el uso del gas seguirá siendo preponderante al menos hasta el 2050, con lo que su compromiso ambientalista queda sólo en la mesa de diseño.
Traduciendo la situación, los Emiratos han reconocido sólo una cosa: que el uso de los combustibles fósiles será un hecho real hasta que estos se consuman permanentemente del planeta, en otras palabras, hasta que ya no haya vestigios de que se puedan explotar industrialmente. Mientras tanto, aumentará la producción de gas, la cual considera que no es tan contaminante como el crudo, aunque también sus investigaciones en el área petroquímica, le permitirán conseguir y ofrecer una especie de petróleo mejorado; más depurado que los demás en el mercado.
No obstante, las percepciones en torno a las decisiones finales de la COP28 se inclinaron más hacia el escepticismo. En el caso del Ministerio de Asuntos Exteriores de Alemania, (e incluso del Partido Verde de ese país), la resolución sólo fue una clara cortina de humo, es decir, una lista de deseos “insuficientes y decepcionantes”, lo cual fue apoyado por la Unión Europea que, aunque trató de ser decente diciendo que “había cosas buenas”, en realidad terminó aceptando que no hubo resultados idóneos. A su vez, el Departamento de Estado de Estados Unidos quiso ser un poco más paternal, pero a final de cuentas señaló que las autoridades de Dubai deberían esforzarse más destinar fondos a la mitigación ambiental y a relegar paulatinamente el uso de combustíbles fósiles.
Al parecer el cambio climático seguirá protegido por la misma industria que la ha causado, lo cual es tan normal, al menos mientras sigan habiendo mantos petrolíferos en el planeta. Se pensaba que el pico de extracción de petróleo se había alcanzado en el 2004, pero han pasado casi 20 años de ello y su producción no se ha detenido en ningún momento, lo que parece decir que este planeta todavía tiene más recursos energéticos fósiles en su interior.