La Cumbre del G7 en Hiroshima, marcada por creciente tensión con Rusia y China

Hiroshima, una ciudad mártir emblemática para la causa de la paz y el diálogo internacionales, fue el escenario donde los líderes del G7, el grupo de los siete países aliados más industrializados, realizó su 49 cumbre, marcada por crecientes tensiones en torno a la invasión rusa de Ucrania y la rivalidad con China, la segunda economía global.

En el marco de la post pandemia de Covid-19, la recuperación económica amenazada por el fenómeno inflacionario, del recrudecimiento del cambio climático y del desarrollo de nuevas tecnologías como la Inteligencia Artificial, la declaración conjunta del G7 sobre Ucrania al finalizar su encuentro del 19 al 21 de mayo no dejó dudas respecto a lo que está en juego, a 15 meses del inicio de la “operación militar especial” de Rusia en la nación vecina.

En 2 mil 700 palabras, los presidentes y jefes de Estado de Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Alemania, Canadá, Italia y Japón instaron a Moscú a “detener su agresión en curso y retirar inmediatamente, completamente e incondicionalmente sus tropas y equipo militar de todo el territorio internacionalmente reconocido de Ucrania” y anunciaron nuevas sanciones contra la potencia euroasiática, “para asegurar que Rusia pague por la reconstrucción a largo plazo de Ucrania” y que sus dirigentes comparezcan ante la justicia “por crímenes de guerra y otras atrocidades”.

La declaración subrayó que los aliados se comprometen “a proporcionar respaldo financiero, humanitario, militar y diplomático a Ucrania por el tiempo que sea necesario”, lo que incluyó, en los hechos, el apoyo del presidente estadounidense Joe Biden para que pilotos ucranianos se entrenen en Europa en los cazas F-16 que posteriormente les entregarán los socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Además, se pronunció por seguir las reformas para el establecimiento de una economía de libre mercado en Kiev.

Correspondió al ministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergey Lavrov, dar respuesta al emplazamiento del G7, afirmando que el gobierno del presidente Vladimir Putin no caerá en la trampa de un “conflicto congelado”, en alusión a los planes de EU filtrados al portal Politico en vísperas de la cumbre para dividir a Ucrania como la península coreana o mantenerla como Cachemira, bajo disputa de India y Pakistán desde 1947.

Lavrov sostuvo que las decisiones tomadas en Hiroshima “apuntan a la contención dual de Rusia y la República Popular China” y agregó que la agenda del bloque occidental busca “desalentar” a los dos países con una actitud impulsada por su “propia grandeza”.

Si bien a solicitud del presidente francés, Emmanuel Macron y del canciller federal alemán, Olaf Scholz, el comunicado del G7 hizo un llamado a la cooperación con China, sus líderes acusaron a Beijing de amenazar la seguridad con intentos unilaterales de cambiar el status quo en los mares del Este y del Sur de China “por fuerza o coerción”; también reprobaron su esfuerzo para “distorsionar la economía global” mediante “prácticas malignas, como la transferencia ilegítima de tecnología o la divulgación de datos”, así como la “coerción económica”.

 

Arsenal nuclear

El rápido desarrollo del arsenal nuclear chino -manifestaron- “sin transparencia o un diálogo significativo, representa una preocupación para la estabilidad global y regional”.

A semanas de que Beijing lanzó una campaña diplomática para tratar de resolver el conflicto ucraniano, el G7 lo instó a “presionar a Rusia para detener su agresión militar y retirar inmediatamente, completamente e incondicionalmente sus tropas de Ucrania”, tras advertir que “seguiremos expresando nuestra preocupación por la situación de los derechos humanos en China, incluso en Tíbet y Xinjiang, donde el trabajo forzado es una de nuestras mayores preocupaciones”.

De su lado, el primer ministro británico, Rishi Sunak, expresó que “China representa el mayor riesgo para la seguridad y la prosperidad”, al indicar que su política “es crecientemente autoritaria en lo interno y asertiva en el exterior”.

La cancillería china tampoco vaciló en contestar a estos señalamientos, al aseverar que el G7 “obstaculiza la paz internacional” y recalcó que el grupo necesita “reflexionar sobre su comportamiento y cambiar el rumbo”.

Lo instó, asimismo, a “no convertirse en cómplice” de la “coerción económica” de Washington, luego de puntualizar que “las sanciones unilaterales masivas y las acciones de ‘desacoplamiento’ y de interrupción de las cadenas de suministro e industriales hacen a EU el verdadero coaccionador que politiza y emplea como arma las relaciones económicas y comerciales. La comunidad internacional no acepta y no aceptará las reglas de un Occidente dominado por el G7 que busca dividir al mundo con base en ideologías y valores”.

La dureza del intercambio de acusaciones refleja el contexto en el que tuvo lugar la cumbre en Japón. Mientras el cónclave aliado finalizaba, Yevgeny Prigozhin, jefe de la compañía rusa de mercenarios Wagner, anunció la captura de Bajmut, ciudad de la región de Donbas en el este de Ucrania donde se libró por 293 días la batalla más prolongada hasta ahora de la guerra, con miles de bajas en ambos lados. Cerca de 80 mil soldados ucranianos llegaron a defender la urbe, cuya lucha “cambiará la trayectoria de nuestra guerra por la independencia y la libertad”, enfatizó el presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, durante un discurso ante el Congreso estadounidense en diciembre.

El mismo Zelensky fue, de hecho, el protagonista de la reunión al completar ahí una gira diplomática que lo llevó entre otras ciudades al Vaticano, Berlín, París, Londres e incluso Yedda, Arabía Saudita, donde la Liga Árabe oficializó la reintegración del presidente sirio, Bashar el Assad, un aliado del Kremlin. Sin embargo, ni Zelensky ni el G7 hablaron en público de la gran contraofensiva que Kiev lanzaría para recuperar la iniciativa bélica en el frente.

 

Cambio sistémico

Por otra parte, es necesario mencionar que el G7 llegó a Hiroshima en condiciones de debilidad que confirman el cambio sistémico que diversos analistas observan hacia el orden multipolar. Cuando el grupo se fundó en 1975, sus miembros representaban 60 por ciento de la producción mundial; hoy esa cifra se ha reducido a 31 por ciento ante la emergencia de China y el llamado “sur global”; de ahí que el primer ministro nipón, Fumio Kishida, haya invitado a sus pares de Australia, Brasil, Comoras, Islas Cook, India, Indonesia, Corea del Sur y Vietnam.

No obstante, las divisiones que recorren el orbe se hicieron presentes en el frustrado encuentro de Zelensky con el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, o en las críticas del premier australiano, Anthony Albanese, quien dijo que ha estado preocupado “por algún tiempo” por las actividades militares de Beijing en el Mar del Sur de China.

Una posición intermedia y pragmática fue mostrada por el primer ministro indio, Narendra Modi, otro de los pilares del grupo BRICS (junto a Brasil, Rusia, China y Sudáfrica) que sí se reunió con Zelensky y comentó que lo ayudará “con las dificultades”, además de conservar a Nueva Delhi en el “Quad” integrado por EU, Australia y Japón que pretende bloquear el avance chino en la cuenca del océano Índico.

Previamente, el 13 de mayo, los ministros de Finanzas del G7 terminaron su cumbre de tres días en Niigata, Japón, con el acuerdo de controlar la inflación y apoyar a los países más afectados por la deuda externa. Entre los objetivos que se fijaron también se cuentan crear cadenas de suministro más estables y diversificadas para las fuentes de energía limpia -a propuesta de Tokio- y “mejorar la resiliencia económica global ante diversos choques”.

Los ministros de Finanzas se dieron tiempo de enfocarse en políticas para el bienestar social que, expuso su comunicado, “ayudarán a preservar la confianza en la democracia y la economía de mercado”. En ese sentido, su anfitrión, el japonés Shunichi Suzuki, afirmó que aprendieron mucho del seminario impartido por el Nobel Joseph Stiglitz, ex jefe de consejeros económicos de la administración Clinton que impulsa el “capitalismo progresista”.

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